jueves, 29 de octubre de 2009

¿Viene con ustedes?

La primera vez que fui a una despedida de soltero, todos en mi grupo de amigos éramos unos jovenzuelos de blondos y largos cabellos y cuerpo atlético. El que se casaba era el de más edad entre nosotros. Fue, además, el primero de mis cuates que se casó por puro gusto y no porque hubiera embarazado a su novia.

Hicimos lo que nos pareció más apropiado para la ocasión, o sea, irnos a meter todos a un table. En ése entonces yo sólo conocía dos: uno de ellos era un tugurio de mala muerte donde por poco y violan a mi amigo Torcuato en plena pista (ah, que buena historia es ésa, la contaré otro día) y el otro era muy bueno, pero demasiado costoso para el limitado presupuesto que teníamos. Así pues, decidimos que la mejor opción era uno de medio cachete del que sólo sabía de oídas.

Debo decir que no fue una total decepción, había algunas chicas de buen ver. Pero después de disfrutar unos pocos bailes, decidimos salir huyendo por dos motivos: 1) La cuenta ya parecía número telefónico con todo y clave de larga distancia internacional, pese a que apenas llevábamos dos rondas de cervezas, y 2) Salió a la pista una chica que de espaldas era idéntica a mí, sólo que con cabello lago. Y créeme, nadie, ni yo mismo, quiere ver bailar una chica que se parezca a mí de espaldas. Nomás de acordarme me da un poco de asquito.

Así que salimos del lugar en busca de algún antro/bar/otro table/lo que fuera dónde emborracharnos. Entonces empezó el problema, porque tanto a mi amigo Peluchín como a mi amigo Joel se les ocurrió que era buena idea andar por la vida sin una identificación oficial. Pendejos.

Y así, empezó un largo peregrinar por la ciudad en una oscura época en la que en todos lados te pedían tu IFE a la entrada. Bueno, lo acepto, en ese entonces, como ahora, era raro el lugar donde de verdad te la pedían. Pero éramos un chingo de cabrones todos bien feos -menos yo-, así que pedir la credencial era el pretexto ideal de los cadeneros y hosts para no dejarnos pasar. Probamos de todo, desde antros de mala muerte hasta súperfresas; desde billares hasta otros tables. Y me cae que a dónde íbamos nos la pedían. Y con cada rechazo, el odio grupal a Peluchín y Joel crecía un poco más.

Al final, después de varias horas y cervezas camineras, llegamos al Callejón, un antro rockero que aún recuerdo con cierta nostalgia y el que, dicho sea de paso, se encontraba en insurgentes sur ¡Bien pinche lejos de nuestra ubicación original! Gracias, par de idiotas descredencializados.

Ahí, sucedió el milagro:

-Cadenero: ¿Y qué, a poco son todos ustedes?

-Torcuato: (Tímidamente y con voz suplicante) Sí.

-Cadenero: ¿Puro cabrón?

-Torcuato: Sí.

-Cadenero: Mmm... (Dudó un momento que pareció interminable, mientras examinaba nuestros rostros fatigados) Ok, está bien, pásenle (dijo al fin conmovido por nuestras expresiones).

En ese instante el cielo se abrió y para dejar pasar un rayo de luz dorada que iluminó al buen hombre mientras abría la cadena. Coros de ángeles cantaban ¡Aleluya! ¡Aleluya! y nosotros no podíamos ser más felices.

Y fue también en ese instante cuando Joel empezó a vomitar. Justo frente al cadenero. No era un vómito cualquiera, era la madre de todos los vómitos: abundante y oloroso. Todos nos quedamos atónitos mientras yo me preguntaba a qué endemoniada hora se había puesto tan borracho. Nunca lo supe.

Lo que sí supe es que se dejó de escuchar el coro celestial para dar paso al sonido del estómago de Joel vaciándose, y la luz luminosa se apagó para dejarnos en una oscuridad casi total dónde sólo se distinguían pequeñas gotas de vómito rebotando del piso y salpicando en todas direcciones (por fortuna, nadie estaba cerca de él, así que por lo menos no hubo heridos)

-Cadenero: ¿El viene con ustedes? Dijo al tiempo que cerraba de nuevo la cadena.

Todos nos quedamos callados, dudando. Por mi cabeza cruzaron muchas ideas: mandarlo en taxi a su casa, dejarlo encerrado en el coche, empujarlo al paso del primer camión que pasara...

El buen George, hombre de alma nobilísima y sensible, seguramente el de mejores sentimientos entre nosotros, fue el que habló. Y pese a que él en particular era la primera vez que se juntaba con ése grupo de amigos y nunca antes de ése día había visto a Joel, fue el único que no le dio la espalda:

-Buen George: Sí, viene con nosotros.

-Cadenero: Es que en ése estado no puede pasar.

-Buen George: Sí, entiendo. No importa, gracias de todos modos. (Dirigiéndose al resto de nosotros) Pues vámonos.

Y fue así como Joel nos arruinó la noche y tuvimos que regresar a nuestras casas con la cola entre las patas. Y fue así también como el Buen George ganó un montón de amigos por su buen gesto, y además salvó a Joel de que yo lo arrojara al arroyo vehicular, a una muerte segura.

Y colorín colorado, ésta triste historia de jovenzuelos frustrados se ha terminado.


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Me llamo Leo, y si no hubiera sido por el buen George, sería un asesino.

7 comentarios:

  1. Estupenda historia jajaja jajaja lastima yo era un pequeño nino en pañales todavia, pero tambien me hubiera madreado a Joel y al Peluche por no traer credencial. Oswaldo

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  2. Lo peor es que no fue la última vez, lo siguieron haciendo...

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  3. jaja, que no fue el joel de la joeliña??? que sope

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  4. En efecto, es el mismo de la joeliña. Y tengo unas historias peores de él eh.

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  5. ah si?? tienes más historias, cuentalas que son divertidas. me imagino tu voz contandolas

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  6. Estimada Anónimo:

    Espera muy pronto otra aventura del buen Joel titulada "Enfriando las chelas".

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  7. Ah, un día de éstos las grabo para que puedan escucharlas narradas con mi varonil y sensual voz.

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