viernes, 6 de febrero de 2009

¿Quién dijo miedo?

Llegué a la fiesta más o menos temprano, cosa rara en mí (siempre he creído que es mejor llegar elegantemente tarde a este tipo de eventos). Como lo esperaba, había poca gente, pero ya estaban ahí algunos de mis amigos, que me recibieron con una botella de Jack Daniel's aún sin abrir.

La música estaba decente (nada para bailar y mucho rock setentero) y la conversación animada. Charlábamos de las cosas usuales: política exterior, la exposición del museo de arte moderno, la influencia de Aristóteles en la obra de Santo Tomás.....bueno, está bien, la verdad estábamos hablando de mujeres y de sexo, como siempre.

Así que sin darme cuenta la fiesta se fue llenado, al tiempo que la botella de whiskey se iba vaciando.
(Parafraseando a Kevin Arnold) Y entonces, sucedió... Un dulce aroma que sería imperceptible a olfatos menos desarrollados me llegó de alguna parte de la habitación. Un aroma que puso todos mis sentidos alerta.

Busqué con la mirada en derredor tratando de ubicar el origen de aquel aroma, y pronto lo descubrí; acababa de entrar y la estaban presentando con algunas personas próximas a la puerta; había entrado con buena amiga mía, lo cual hizo que de inmediato me vinieran a la mente dos cosas: 1) No llevaba wey y 2) Ya tenía quién me la presentara.

Tenía el cabello largo, negro, lacio y precioso, lanzaba destellos. Su piel era ¿blanca? No... no precisamente blanca, era morena clara, pero radiante. Ojos grandes y hermosos, color miel. Y su sonrisa iluminaba más que el sol. Pantalón entallado y blusa escotada, de tirantes, dejaban ver una figura perfecta.

Supongo que notó el peso de mi mirada, porque volteó hacia mí. Nuestra miradas se cruzaron no sé cuánto tiempo, porque a mí me pareció una eternidad, en la que yo estaba clavado en el piso. Me sonrió, y yo le sonreí, y de pronto toda la gente en la habitación literalmente desapareció. O tal vez yo estaba tan concentrado en ella que simplemente dejé de notar a los demás.

El caso es que ya con una buena cantidad de alcohol en mi sangre (la suficiente para deshinibirme, pero no la suficiente para ponerme ebrio) esa sonrisa fue la única señal que necesité. Avancé por la habitación directamente hacia ella, como un misil teledirigido, librando obstáculos invisibles a mi percepción.

Mientras caminaba, nuestras miradas seguían fijas la una en la otra, construyendo una especie de puente. Eso me dió valor para seguir avanzando y librarme -no supe cómo-, del vaso que tenía en una mano y el cigarrillo que sontenía en la otra.

Cuando estaba a sólo unos cuántos pasos, noté que una voz me llamaba. No podía ser alguien de la fiesta, ya he dicho que toda la gente desapareció, así que concluí que la voz venía directamente de algún lugar en mi cabeza. Y lo que decía la voz era algo así como ¡Cuidado!

Y entonces, de golpe, muchos recuerdos llegaron a mi mente: Otra fiesta, hace no sé cuánto tiempo: Yo sostenía un vaso con whiskey y fumaba un cigarrillo de la misma marca. Otro dulce aroma, otra cabellera negra, otra sonrisa luminosa. Luego una larga conversación, intercambio de números. Salidas al cine, a cenar, a algún bar; después vinieron los besos, las caricias, y el sexo. Muchos meses de felicidad y pasión, todo era color de rosa. Y cuando todo parecía perfecto...mi corazón destrozado.

Lo arrancaron de mi pecho, lo rompieron en miles de pedazos, lo pisotearon, le escupieron, le prendieron fuego y arrojaron las cenizas a la alcantarilla. O algo así.

Con esos recuerdos bombardeando mi cabeza, llegué hasta ella. Estábamos frente a frente y me seguía sonriendo, esperando el "hola" que luchaba por escapar de mis labios. Por supuesto, hice lo que cualquiera hubiera hecho en mi lugar: me dí media vuelta sin decir nada. La gente apareció de nuevo, de la nada a dónde se había ido. Llegué donde mis amigos y me serví otro trago, el último de la noche, porque -también raro en mí- decidí regresar a casa temprano.

Y es que no le tengo miedo prácticamente a nada. Ni a las fieras, ni a los hombres. No creo en fantasmas ni en cosas sobrenaturales. Puedo caminar de noche por un callejón oscuro en una zona peligrosa sin pestañear ni apurar el paso y no hay ruido o visión que me sobresalte.

A lo único que le temo es a las malas mujeres de corazón frío y escote pronunciado. Y si son de cabello negro y lacio, con bonita sonrisa, me dan pánico.

Ellas sí que pueden ponerme a temblar.

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Me llamo Leo, y si no hubiera sido informáticoempresarioconsultordesistemas, habría sido un misil.

3 comentarios:

  1. Pense que en el cuento donde se escuchaban gritos toda la noche eran del guey del sombrero , pense que la malvada mujer algo le habia hecho jajaja

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  2. Pues sí, malas por bonitas...Y ese tipo de mujeres podrían acabafr con el mundo.

    :P

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