Nunca le había gustado caminar sola -al menos no a esa hora- ese último trecho de poco más de media cuadra hasta su casa. Los altos edificios de apartamentos a ambos lados de la calle ocultaban la luna por completo, y había un único farol ya muy viejo, plantado hacia la esquina, que apenas alumbraba con luz parpadeante. Así, las sombras parecían haberse tragado la noche por completo. Caía una ligera lluvia.
Un escalofrío recorrío su espalda al percatarse de la presencia del extraño. Estaba recargado contra la pared, cerca del farol, que lo iluminaba intermitentemente. Parecía muy alto y muy delgado. Una gabardina negra le cubría hasta los talones y llevaba un sombrero de ala ancha, también negro. No se podía ver su rostro.
Apretó el paso mientras buscaba desesperadamente las llaves en su bolso de mano, sólo faltaban unos pocos metros para llegar a su casa. De pronto, vió cómo el extraño se incorporaba y se dirigía lentamente hacia ella. Caminó lo más rápido que pudo, lo que le permitían sus tacones altos; se prometió a sí misma nunca volver a utilizar esos zapatos mientras revolvía su bolso con furia.
Por fin llegó frente a la puerta, justo en el momento en que encontraba sus llaves en el bolso y las sacaba con mano temblorosa. El extraño se acercaba cada vez más, tenía el tiempo justo para abrir la puerta, entrar a la casa y cerrar tras ella. En el momento en que trató de introducir una llave a la cerradura, el manojo resbaló de entre sus manos y cayó al piso.
Se agachó a buscar a tientas las llaves en el piso, pues la luz del farol no alcanzaba a iluminar hasta ahí; le pareció una eternidad el tiempo que le tomó encontrarlas. Al levantarse, dió un brinco por la impresión. El extraño estaba parado junto a ella; sostenía un cigarrillo apagado entre su enorme mano enguantada y la sombra que proyectaba el ala del sombrero sobre su rostro sólo dejaba ver una enorme sonrisa torcida de labios delgados y pálidos.
-Disculpe, señorita ¿tiene fuego?
Ella no contestó.
-Parece nerviosa, lamento haberla asustado. Permítame abrir la puerta por usted.
Mientras hablaba, sin dejar de sonreír, el extraño tomó de entre las manos de ella el manojo de llaves. Con mano con firme probó una por una en la cerradura hasta dar con la correcta y hacerla girar. Ella comenzó a tiritar de frío, fue como si la voz de aquél hombre hubiera hecho descender la temperatura; aún no había podido ver el resto de su rostro.
La empujó con suavidad dentro de la casa y entró tras ella, al tiempo que se quitaba el sombrero.
Durante todo el resto de la noche se escucharon fuertes gritos, desgarradores: gritos de terror. No fue sino hasta la mañana siguiente que alguno de los vecinos se atrevió a llamar a la policía.
El comandante llegó cerca del mediodía, al lugar que ya estaba lleno de policías. En la pequeña estancia encontró al médico de turno, examinando a la chica sentada en el sillón.
-¿Cómo se encuentra la víctima?
-Está en perfecto estado de salud. No presenta heridas, ni señales de ningún tipo de ataque, pero no hemos logrado que hable una palabra. Además...sus ojos...nunca había visto algo así. Por eso lo llamamos.
El comandante se acercó a la chica. Tenía la mirada perdida en el vacío, sin ninguna expresión; "es la mirada de un muerto", pensó.
-Dicen que los ojos son las ventanas del alma, doctor. Parece que a ésta chica se la hubieran arrancado.
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Me llamo Leo, y si no hubiera sido informáticoempresarioconsultordesistemas, habría sido detective.
miércoles, 11 de febrero de 2009
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