lunes, 3 de agosto de 2009

Si vas a salir con una chica, mejor toma Lomotil

Aquél día el buen Miguel quiso a ir a beber unos whiskys después del trabajo. Miguelón trabaja para uno de mis mejores clientes, y es buen amigo. Es también el hombre más mandilón que conozco, al grado de que cuando le llamó a su esposa para pedirle permiso, le temblaban las manos y la voz. Por supuesto su esposa lo dejó ir sin ningún problema, con la condición de que no llegara muy tarde; imagino que hasta le dio gusto descansar de su marido un rato.

Dado que las oficinas de mi cliente están en Polanco, elegí un bar por ahí. Lugar pequeño, en una terraza, bonito, tranquilo, y fresón, al que van chicas tan guapas que parecen irreales. Ah sí, también sirven buenos tragos, pero con esas chicas, los tragos son lo de menos; bien podría beber leche agria y ni lo notaría.

-¿Cuántas personas caballero?
-Dos, nada más.
-Uy, sólo tengo lugar en una salita, pero tendrían que compartirla…
-No hay ningún problema, respondí mientras pensaba: “¡Excelente, qué buena suerte!”.


Las salitas son dos sillones para 3 personas uno frente a otro, separados por una mesa baja enorme y cuadrada. A los otros dos lados de la mesa hay sillas, dos del lado de la pared –con un calentador en medio- y dos del lado del pasillo –con espacio entre ellas para que el mesero pueda servir-. Con ese acomodo, cada sala queda bien dividida en dos, precisamente porque es práctica común compartirla entre grupos pequeños.

Miguel se sentó en una de las sillas del lado de la pared, y yo en el sillón, junto a él, formando una L. De esa forma, dejamos espacio para otras dos personas de nuestro lado, y el lado del otro sillón completamente vacío. Ya bien acomodados, empezamos a beber.

No tardó en llegar un grupo a posesionarse del lado frente a nosotros. Había un par de mujeres guapas, pero ya algo maduras para nosotros, y además acompañadas, así que no les prestamos interés.

Fue hasta después de como 3 whiskys que llegó una pareja a sentarse con nosotros. Una chica preciosa con su novio. Ella se sentó junto a mí en el sillón y el tipo en la silla junto a ella, quedando frente a Miguel. El tipo era más bien desangelado y sin chiste, así que supongo que por lo mismo, tenía una necesidad desesperada de llamar la atención: clásico odioso que habla como si tuviera una papa en la boca, dice “gallo” tres veces en cada oración y le sube el volumen a la voz para que todo el mundo se entere de su conversación. Además se refería a sus amigos y conocidos utilizando el nombre de las empresas de sus familias como si fueran su apellido, más o menos así: "Y entonces estábamos en la despedida de Fulanito Bimbo, sí sabes que se casó con Perengana Alpura ¿no?..." (N. del A.: Sus hijos serán una rica merienda.)

A mí no me importó demasiado. Después de todo, la chica estaba hot.

En algún momento de la noche, varios whiskys después, el tipo se levantó al baño y empezó a tardarse más de lo normal. Mientras los minutos transcurrían la chica daba muestras cada vez más visibles de impaciencia. Yo la volteé a ver, le sonreí, y le dije con voz profunda:

-Hola, me llamo Leo.

Aunque parezca increíble, hasta el día de hoy es la frase de entrada que mejor me ha funcionado en la vida. Se presentó y después de los obligados chistes que hice acerca de la tardanza de su novio en el baño, comenzamos a hablar de cualquier cosa.

Cuando regresó el tipo, no le quedó de otra más que presentarse con nosotros e integrarse a la conversación... y tratar de monopolizarla utilizando su altavoz integrado. Entonces fue cuando Miguel entró al quite, poniendo atención y fingiendo interés a todo lo que el tipo platicaba; además de aprovechar cualquier oportunidad de hablar bien de mí.

No pasaron más de cinco minutos cuando la chica me volteó a ver y me empezó a hablar de otra cosa. Nos recargamos en el respaldo del sillón, giramos nuestras cabezas el uno hacia el otro, y continuamos con nuestra propia conversación, desentendiéndonos por completo de nuestros acompañantes.

Un par de horas después, Miguel ya sabía toda la historia de cómo el tipo había montado su despacho de arquitectos regido por un código de ideales de los amigos que se asociaron (donde, por ejemplo, se comprometían a siempre tratar bien a su gente y a no usar autos importados, -no sé porqué, no estaba poniendo atención-). Yo, por mi parte, ya tenía el teléfono de la hermosa María y una cita para la siguiente semana. Todo en las propias narices de su novio, que aparentemente no se dió cuenta de nada, encantado cómo estaba de tener un público tan entregado como el buen Mike.

Lo mejor de todo fue que cuando pedimos la cuenta, el tipo ya la había pedido antes (la suya y la de nosotros), en un descarado intento de lucirse con su chica.

-Caballero, por favor, yo no podría, déjame pagar a mí.

-No, no, por favor, déjame a mí. La próxima invitan ustedes.

-Bueno.

Sí, la verdad no me hice mucho del rogar. Ni siquiera ví la cuenta, pero según mis cálculos estaba bastante grosera. Además lo mínimo que podía yo hacer era dejarlo quedar bien, ¿no?


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Me llamo Leo, y si no hubiera sido informáticoempresarioconsultordesistemas, no sería un arquitecto fresa. A ésos les bajan a sus chicas y encima pagan la cuenta.

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