martes, 22 de junio de 2010

Portazo Mundialista

Primero que nada, debo hacer una declaración: Odio el fútbol. Me parece aburrido, de mal gusto, enajenante y un poco gay. Y creo firmemente que es uno de los grandes cánceres de nuestra sociedad. Se ha creado una gran industria alrededor cuyo único propósito es atraer más fanáticos y embrutecer más a los que ya se tienen. Como siempre, todo por el cochino dinero.

Y es que no se puede negar que levanta pasiones (coff, pasiones gay, coff, coff...), pero ése es precisamente el problema. No es malo aficionarse a algo, pero apesta volverse un fanático. Los fanáticos pierden su voluntad, atacan a los que no comparten sus ideas, dedican su vida entera al objeto de su fanatismo.

Así, con ésto del fútbol, la gente deja de trabajar, de comer, de pensar y de todo con tal de ver los partidos. Y se gasta sus ahorros de toda la vida o queda endeudada por años con tal de viajar a ver un partido importante de su equipo. Se vuelve violenta y su estabilidad emocional depende de lo que hagan en la cancha once tarados que no saben hacer una multiplicación.

Pero bueno, es época mundialista, y yo sigo teniendo mucho trabajo como para escribir algo medianamente leíble, así que con todo y eso decidí ceder éste espacio el día de hoy a mi buen amigo Dudu -quién es un fanático tarado, pero es buen amigo-, para que te cuente una anécdota futbolera de sus años mozos.

Sin más por el momento, aquí va:

Corría el año de 1994. Nelson Madela ganaba las elecciones en Sudáfrica después de pasar 27 años en la cárcel, en los Grandes Lagos mataban tutsis como si fueran cucarachas, la OTAN tuvo su primera acción militar en sus 45 años de existencia y Kurt había muerto en abril.

Por supuesto, todo aquello me importaba un pepinillo rancio, porque entonces era yo un pequeño mozalbete que todavía mojaba la cama (ya casi no lo hago), y el único acontecimiento internacional para el que tenía ojos y oídos era, cómo no, el mundial de fútbol en Estados Unidos.

Áquel día, todos mis amigos de la primaria y yo tratábamos desesperadamente de hablar con la Directora del Colegio, con el fin de solicitarle su autorización para ver el gran juego entre México e Italia. Las horas se escurrían como agua entre los dedos y no había ninguna respuesta; cada que la manecilla del reloj avanzaba un segundo, el casi inaudible sonido que producía retumbada en nuestros oídos como un terremoto. Al fin, cuando ya nuestras esperanzas se desvanecían, hicieron el aviso de que pasáramos al salón en que se encontraban los ñoños de 3ro. y que era en ese entonces el salón mas grande de la escuela.

Cuando llegamos al salón en cuestión, nos encontramos con la sorpresa de que ya no cabía absolutamente nadie. Estaba toda la maldita escuela sentada ocupando todo el espacio; unos en el suelo, otros en la bancas, otros sobre otros... vaya, hasta las vejerretas maestras también estaban ahí ocupando espacio. Y nosotros por más que empujábamos, nada más no veíamos ni puta madre.

Decidimos ir a jugar al patio, ya que no podríamos ver el juego. Pensábamos, por supuesto, que aquello era un terrible injusticia, al ser nosotros los más grandes de edad y de seguro que también los más apasionados. Y todo por la maldita falta de espacio.

Transcurría el partido y nosotros nos entreteníamos con la cáscara apasionada, tratando de meter un chingado frutsi a la portería -que en ese entonces estaban formadas por suéteres y/o chamarras-. De repente, todo alrededor se hizo silencio, un silencio estremecedor. Entonces, salió del salón áquel un cabron cuyo nombre no recuerdo y comenzó a gritar: "¡Gol de Italia!, ¡Ya metió Gol Italia!". Parecía que nos habían castigado y jalado las orejas; todos estábamos tristes, cabizbajos, sin poder ver el juego; y lo peor de todo es que Italia iba ganando y en ese momento México estaba fuera del mundial.

Una que otra lagrima solté entonces (Nota de Leo: Eso de la lagrimita lo sigue haciendo, más de una vez lo he visto llorar viendo algún partido), lo mismo que otros cuantos amigos, pero pues ya que nada se podía hacer, seguímos jugando, como si nosotros fuéramos la selección. Pasaron yo creo que unos 10 minutos, cuando de pronto, en contra de toda probabilidad, se escucho un rotundo y tan cabrón grito de ¡Gooooooooooool! que al instante, como reos en fuga -pero a la inversa-, tratamos de entrar al salón a ver el gol. No sé como chingados aventamos a tantos cabrones que nada mas veíamos como caían encima otros. Hicimos un desmadre, todo con tal de poder ver el gol (si no mal recuerdo de Marcelino Bernal, un golazo x cierto).

El ambiente era indescriptible en ese momento, ¡Era un caos! Parecíamos reos aventando los cuadernos de los de 3ero, y todo lo que se nos ponía a la mano. Aventábamos mochilas, lápices, refrescos, molletes, mapas... brincábamos unos sobre otros y hasta creo que llegue a besar a una maestra (guácala). Fue tanta la emoción y tanto el desorden, que posteriormente nos catalogaron como "los chicos del portazo".

Terminó el partido y todos aplaudimos tanto, gritamos tanto y echamos tantas porras, que entonces juré que desde ese día no me perdería ningún puto partido de la selección en los mundiales, hasta que me cargue la chingada… Y el próximo contra los recontraputos argentinos de mierda, no será la excepción.

¡Venga México!


-----------------------------------------------------
Me llamo Leo, y si no hubiera sido informáticoempresarioconsultordesistemas, habría sido cualquier cosa menos futbolista.

4 comentarios:

  1. Mmmmm todo bien, lo único que me sorprendió es la forma taaaan despreocupada en la que el Dudu reconoce que a sus calculo 10 años, todavía mojaba la cama!!! jajaja

    ResponderBorrar
  2. ¿Verdad que sí? Completamente de acuerdo.

    Aunque a mí me preocupa más el hecho de que haya besado a una maestra gorda fea y vieja.

    Por lo menos lo de mojar la cama se le quitó, pero lo de besar gordas feas y viejas lo sigue haciendo. No tenía idea de que era así desde su tierna infancia.

    ResponderBorrar
  3. Leo, antes de criticar a alguien por besar a otra persona del sexo femenino de caracteristicas: gorda, vieja y fea solo te dire una palabra. SAVOY

    ResponderBorrar
  4. Ésa palabra no me dice nada. No recuerdo nada y lo que sea a lo que te estés refiriendo no pasó nunca.

    Pero, si hipotéticamente hablando, ésa palabra me recordara alguna experiencia personal, diría al respecto que no era gorda ni fea.

    ResponderBorrar